Ricardo Madrid
Verónica Restrepo
Catalina Agudelo
Daniel León
La Andrea
Y en el espejo veía mi reflejo, me veía a mí, o eso creía.
No era yo, el vidrio me devolvía a una mujer triste, unos ojos que solo
reflejaban preocupación, unos ojos que pesaban como las mentiras o mejor, que
pesaban por las mentiras. Recuerdo que en el espejo vi a aquella mujer, con
unos kilos de más, kilos que no deberían estar allí, no por la estética, sino
por una razón que iba más allá.
Y mientras ella ya no se reflejaba en el espejo, ya no
estaba allí –por suerte-, el teléfono sonaba, y el estrépito del mismo hacía
que Carlos se moviera en la cama y se dispusiera a levantarse. Ya el cristal
negro de la noche había desaparecido y
la espesa madrugada ungía a Medellín aquel día. Levanté la bocina del teléfono
con muy pocas ganas de hablar. Las noticias hacen que tu vida, que la creías ya
como tu vida, cambie completamente. El hombre sabe muy poco de lo que es su
vida, y mucho menos de lo que será, pensé.
Al otro lado del teléfono escuché la voz de Andrés. Era él.
El amigo de toda la vida de Carlos, el que conocí en aquel viaje que hicimos
hace dos años a Argentina. Me preguntaba sobre mi vida y sobre qué había pasado
conmigo. Me decía que hace mucho quería hablar conmigo. Desde aquel día no nos veíamos, hace más de tres meses en su
casa. Le respondí que no quería hablar con él. Era la verdad.
Colgué el teléfono cuando sentí el silencio del otro lado. Nadie,
número equivocado, le respondí a Carlos, que se interesó muy poco en aquella
llamada.
Antes de entrar al baño me dio un beso. Él no sabía lo que
realmente significaba aquello para mí, pronto lo sabría. Entré a la cocina
mientras él se bañaba. No podía dejar de pensar en aquella mujer que vi en el
espejo, en esa mujer que decía ser yo pero que me rehusaba a creerlo. Y tampoco
dejaba de pensar en Andrés, debo admitirlo. Aunque esa mujer, la del espejo,
acabaría con mi vida.
Vi a Carlos entrando a la cocina y lo recibí con una taza de
café. Se le había hecho tarde, él me hablaba de lo duro que se había puesto el
trabajo con la llegada del nuevo presidente a la Compañía. Creo que eso me
decía, o algo similar, la llamada de Andrés no salía de mi mente.
Te amo, mi amo- me dijo Carlos.
Yo también te amo –le respondí automáticamente.
Cuida de Andrea, de nuestra Andrea.
Luego de decir esto se fue rápidamente, se le había hecho un
poco tarde. NUESTRA Andrea, pensé. Nuestra.
Cuando se está en estas condiciones lo único que se quiere
es dormir –algunas veces llorar-, y luego de que Carlos se fuera subí al
segundo piso y descansé por un largo rato.
Me levanté cuando la mañana roza con la tarde, y no tenía
ganas de nada, de dormir. El timbre rompió el silencio, rompió la calma de la
casa. Abrí la puerta y era Andrés, no quería saber nada de él. Se impresionó al
verme, era claro que no se esperaba lo que vio ante él, vio una mujer similar a
la del espejo.
Andrés qué haces aquí- inquirí inmediatamente al verlo.
Intentó abrazarme y yo lo aparté de mí, sabía que si se me
acercaba rompería a llorar inmediatamente. Lo invité a pasar, era claro que
había mucho por hablar. Tres meses es mucho tiempo cuando hay historias por
contar, pensé.
¿Está Carlos? –preguntó estúpidamente Andrés.
Tú ya sabes la respuesta –le respondí.
Quería asegurarme simplemente
Hay cosas más importantes que asegurarse de ello.
Andrés sabía que algo no estaba bien pero quería evitar
hablar de ello.
Tráeme un vaso de agua –le indiqué.
De inmediato entró a la cocina, a aquella cocina, nuestra
cocina. La cocina de Andrea, pensé.
Me preguntó que qué era lo que pasaba, pero en realidad él
ya sospechaba la respuesta. Le dije que tenía más de tres meses de embarazo y
que Carlos estaba haciendo planes para irnos a vivir a Argentina.
Pues… buena suerte –me dijo.
¿Suerte? Hombre, eso no existe. –le respondí.
Andrés no se había dado cuenta de lo realmente importante.
No era el viaje a Argentina, era el embarazo. La Andrea de Carlos, quiero decir
mi hija, no era en realidad NUESTRA hija.
Son más de tres meses, haz cuentas.
Ahí, apenas ahí, comenzó a pensar en la posibilidad de su
paternidad. Era la Andrea de Andrés.
Recuerdo la sonrisa que decoró su rostro, las arrugas
desaparecieron inmediatamente y el ceño fruncido era parte del pasado. No
comprendía por qué tanta felicidad. Mi vida ya no era vida. Aunque en realidad
yo nunca amé a Carlos, pensé.
¿Carlos lo sabe?-me preguntó.
No, no se lo he dicho, y no pienso decírselo –respondí
entrecortado.
A Andrés le disgustó mi idea, era claro que él quería estar
conmigo y más ahora que nos unía un hijo. La amistad no existe, me dijo cuando
le reclamé sobre su relación, de largos años, con Carlos.
La idea suya era que nos fuéramos a vivir juntos, que sus
libros se estaban vendiendo mucho en Colombia y que cuando Andrea (aunque a él
no le gustaba este nombre) naciera nos podríamos ir a vivir a donde yo quisiera.
La mujer del espejo sonreía, y mientras iba sonriendo iba desapareciendo.
Porque la tristeza era lo único que existía en ella. Aunque su vida cambiaría
radicalmente ella quería vivir con Andrés, el amigo de su esposo, el padre de
La Andrea de Carlos.
Mientras Andrés empacaba todo lo que encontraba en el
armario: blusas, pantalones, zapatos y de más, yo buscaba una pluma y un papel
para dejarle una nota a Carlos. Mientras escribía, la mano me temblaba, mi vida
había cambiado radicalmente. El destino no existe mientras existan los hombres,
pensé.
Recuerdo el final de la carta: “Tú Andrea, Nuestra Andrea,
nunca fue en realidad NUESTRA”.
Dejé la carta en la mesa de la sala. Carlos ya se había
adelantado con mi maleta. Él no veía la ahora de vivir la vida que siempre
quiso vivir. La vida de Carlos, también, había cambiado completamente. Su
Andrea nunca existió.
Y aquí estoy, en Argentina, escribiendo estos recuerdos que
son solo parte del pasado. A mi lado tengo a Mariana, quiero decir a mi hija.
La Andrea que nunca fue.
Hola.
ResponderEliminarLa historia es muy bonita.
Estuvo bien trabajada. Ojo que hay que pulir algunas cositas de manejo de cámara. Hay unos cortes extraños entre algunos planos.
Bien.
Nota: 4.7
Saludos.
Ariel